La atracción de lo imperfecto
El abogado, la estufa y el Monastrell
Emilio Meseguer, que me ha pedido que no mencione su nombre real, es un exitoso abogado especialista en procesos concursales que vive en el Vallès Oriental. Ha gestionado concursos de acreedores muy sonados. Tiene una espaciosa vivienda unifamiliar y decidió, hace ya años, convertir el ático/buhardilla en su particular sala de audición. Adquirió un amplificador, un reproductor de CD y unas columnas en un establecimiento barcelonés especializado y muy conocido (que también me ha pedido que no revele). Pero puedo testificar que fue bien aconsejado y que se trata de aparatos de reconocida solvencia y calidad. Estamos hablando de un presupuesto global cercano a los 20.000 euros. No sé cómo sonaba ese equipo en la época que se lo compró, ya que yo he conocido a Emilio recientemente. El caso es que, tal como me relató, la afición del abogado fue en aumento, se registró en algunos foros de Alta Fidelidad y asistió a eventos. Pocos meses después, guiado por experiencias positivas de compañeros de afición, compró un procesador analógico (conectado entre la fuente y el amplificador) para mejorar la escena sonora y aproximarla más al punto de escucha sin perder profundidad. El cambio a mejor parece que se notaba claramente. Pero uno de los beneficios de ese procesador es que también controlaba mejor los graves. El equipo sonaba ciertamente muy bien y para afinarlo un poco más, sustituyó el cableado inicial, muy básico, por cables libres de oxígeno con conectores japoneses. Después del cambio, el sonido era más aireado, quizá con un punto más de definición. El letrado Meseguer decidió entonces que su sala podía admitir más graves y adquirió un subwoofer de casi 800 W con micrófono de calibración. Me explicó que lo tenía siempre conectado pero muy, muy atenuado para que su efecto fuera muy sutil. La escena volvió a mejorar con una amplitud que antes no tenía. Emilio continuó leyendo foros y revistas especializadas on-line y llegó a la conclusión que la guinda del pastel sería un filtro acondicionador de red porque (según leyó) así ganaría más presencia en ciertos detalles de la zona alta y medio/alta. Lo pidió por internet al distribuidor. Pero la evolución tecnológica es imparable y, a partir de unos comentarios que leyó, nuestro especialista en temas concursales no pudo resistir la tentación de incorporar también a su sistema un DAC de 32 bit capaz de trabajar de manera asíncrona y mejorar, por tanto, las prestaciones del DAC interno de su lector de CD. Más o menos en ese momento, conocí a Emilio en un avión (él ya me conocía de leerme en On-Off) y no tardé en ser invitado a su casa del Vallès Oriental a realizar una audición. Como suelo hacer, traje mis propios CDs de jazz y me dispuse a disfrutar del sistema del que el Sr. Meseguer estaba tan orgulloso. Al cabo de una hora y después de verificar que estaba delante de un equipo de mucho nivel, le hice una pregunta:
- Emilio… ¿Conservas los cables originales que te regalaron en la tienda al comprar el ampli, el CD y los altavoces?
- Pues creo que sí, por ahí estarán.
- ¿Por qué no quitas los cables criogenizados, el procesador mágico, el DAC esotérico y el subwoofer supersónico ese? Ah, y lo enchufas todo ahí donde tienes la estufa eléctrica con esa regleta de los chinos, que total ya no hace frío.
Al cabo de media hora, teníamos el equipo tal como lo compró originalmente. Repetimos la audición del disco “Inner voyage” (1999) del pianista Gonzalo Rubalcaba. Luego nos tomamos unas copas de monastrell (El Sequé, 2014) que había traído para la ocasión. Esa misma tarde y, antes de irme de su casa, Emilio Meseguer de la Riva, reconocido abogado que ha gestionado complicadísimos concursos de acreedores, me prometió, solemnemente y bajo juramento, no leer más ciertos foros y ciertas revistas digitales de gran prestigio nacional.
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