Canto de sirenas
Desde siempre he tenido la sensación de que si supiera tocar bien un instrumento sería muy feliz, pero nunca lo he intentado. Creo esto a día de hoy, imaginándome lo dichoso que sería al tocar una de mis obras favoritas al piano, cómo la disfrutaría, a dónde me llevaría y a dónde llevaría yo a la obra. Aún hoy siento vértigo al sentarme delante del teclado de un piano y ser consciente de que toda la música pasada, presente y futura está ahí, en esas 88 teclas y yo soy incapaz de sacarla a flote.
Tal vez todos los melómanos seamos unos músicos frustrados, pensamiento que me lleva a preguntarme cómo sería mi relación con la escucha musical si fuera músico. Estoy completamente convencido de que sería menos satisfactoria y plena que la actual, porque tendría distintos criterios de escucha, todo lo pasaría por el filtro técnico, creativo y profesional que me limitarían mucho el disfrute de la escucha. Creo que sería menos libre que ahora, aún sabiendo que tampoco lo soy, pues con el paso de los años me ido forjando mi propio criterio musical, formado por mis gustos musicales, mi bagaje musical, versiones escuchadas y distintas opiniones críticas leídas.
Conozco no pocos casos de gente que ha abandonado completamente el mundo musical, llegando incluso a odiarlo, porque sus padres les apuntaron al conservatorio de pequeños en contra de su voluntad infantil. Bien es cierto, que la enseñanza musical en los conservatorios de este país te hace odiar la música primero y el instrumento después, pero esto es otro tema que daría para un artículo completo y ahora nos aleja del hilo principal.
El mundo del músico/intérprete y su relación con la escucha musical es una cuestión que siempre ha llamado mi atención y pensamiento, tremendamente condicionado por mi disfrute en la escucha musical y mi anhelo vital de tocar un instrumento.
La mayoría, por no decir todos, de los músicos solistas de clásica, no suelen escuchar la música que van a interpretar o preparar, grabada por otros solistas; para no estar condicionados a la hora de interpretar ellos mismos la obra, pero así es imposible saber lo que se ha hecho con esa obra anteriormente, qué lecturas han hecho otros antes. Pero imaginemos por un momento que un pianista que se está preparando el número 2 de Rachmaninov se pone a escuchar una de las múltiples versiones grabadas que existen. ¿Va a disfrutar la escucha como cualquiera de nosotros, libres para que la música nos entre y nos colme? o por el contrario ¿va estar pendiente de lo que hace el pianista y cómo afronta tal o cual pasaje, fijándose en digitaciones y cosas técnicas similares? No digo que no disfrute como yo o más, sino que el disfrute, que supongo que lo habrá, será distinto, ni mejor ni peor. Pero en mi experiencia personal todos los músicos y estudiantes de conservatorio que conozco escuchan poca música, unos porque disponen de poco tiempo y otros porque tienen una relación amor/odio con ella. Llegados a este punto y simplificando mucho, es evidente que hay que elegir entre las dos opciones de partida: interpretamos o escuchamos. Con cualquiera que elijamos, ganaremos unas cosas y perderemos otras en el proceso de la escucha musical y su disfrute, pero aún así y sabiendo que perdería todo lo que ahora me sucede cuando escucho música, vendería mi alma al Diablo por tocar al piano mis obras preferidas.
Toda esta disertación e interrogantes apelotonados, no son más que un preámbulo para justificar esta reseña, que tal vez, inicie una nueva sección de artículos dentro de esta sección (para locura del editor de Amigoshifi) que tengan en común la interpretación de la obra favorita de un intérprete con una gran carga emocional por parte de éste. Bien por el momento histórico en el que se produce, bien por el momento personal del intérprete, o bien, por otras razones que hagan de esa grabación algo único e irrepetible.
Porque ¿qué sucede cuando un intérprete toca y graba su música preferida?
ROBERT SCHUMANN
Cuando Schumann viene al mundo no sabe que va a formar parte de la última generación de románticos. Nace el 8 de junio de 1810 en una ciudad de Alemania, tres meses después de que lo hiciera Chopin en Varsovia y dieciséis meses antes de que lo hiciera Liszt en Austria. Tres pianistas-compositores nacidos, más o menos, bajo el mismo signo en el breve espacio temporal de 20 meses, en el corazón de aquella Europa que dará al Romanticismo lo mejor de sus fuerzas.
(¡Ay! ya no surgen generaciones como las de antes, supongo que será por el devenir de los tiempos presentes)
Hagamos un inciso antes de continuar y recordemos que Novalis había dictado hace tiempo, las que podrían denominarse tablas de la ley romántica. Apuntaré solamente dos: la proclamación de la admiración total por la naturaleza y por las cosas que de ella se nutren, y que el artista es un misionero que debe iluminar a la humanidad.
El padre de Schumann que quería ser literato, acabó regentando una librería en Leipzig, con lo que Schumann establece contacto con las obras de los grandes románticos y las personas cultas de la ciudad, forjándose las bases de lo que será su naturaleza de compositor:
» Amor sin límites a la naturaleza.
» Lecturas románticas.
» Desahogos literarios que transcribe en un diario.
Aunque tenía aptitudes musicales, su vocación musical es tardía (a los veinte años) para lo acostumbrado en compositores de su renombre. En 1819 acude a un concierto de piano de Moscheles y esta audición encenderá la primera chispa que llameará en Schumann toda su vida.
En 1826 muere su padre, al que estaba muy unido espiritualmente y sólo halla consuelo a tanto dolor en la lectura. Descubre los Lieder de Schubert y se enciende la segunda chispa que seguirá avivando la llama.
En 1828 terminados sus estudios en el liceo, se inscribe en la facultad de Derecho de la Universidad de Leipzig por deseos de su madre y se produce el encuentro, clave en su vida, con Friedrich Wieck, profesor de piano, teólogo y hombre culto. Schumann se convierte en alumno suyo (tercera chispa) y frecuentando su casa conoce a Clara, hija de Wieck, futura concertista virtuosa de piano y su futura esposa con la que permanecería casado 16 años.
En 1830 viaja a Italia y asiste a un concierto de Paganini, el virtuoso del violín, le afecta tanto (cuarta chispa) que abandona la Universidad para dedicarse de lleno a la música. Decide convertirse en un virtuoso del piano pero en 1832, el esfuerzo excesivo al que somete sus dedos, para que adquieran mayor independencia y agilidad, le provoca una inflamación, casi una parálisis que le impide tocar y que le afectará toda su vida. Es el adiós al virtuosismo pianístico y la bienvenida a la composición y la crítica musical (funda en 1834 la Nueva revista de música), uniendo así sus dos pasiones, música y escritura.
En 1840 se casa con Clara, después de cinco largos años luchando, incluso con litigios de por medio, contra el padre de Clara que siempre estuvo en contra de esta unión.
Hasta este momento Schumann sólo ha escrito música para piano. De esta época es la primera colección de Lieder para voz y piano.
En 1841 nace su primera hija de los cinco que tendrá del matrimonio. Clara ya es una concertista afamada, con lo que permanecen separados temporadas en los que ella gira, motivo por el que discrepan dentro del matrimonio. Clara fue una mujer emancipada y adelantada a su tiempo evidentemente, que no cedió al chantaje emocional de su marido que quería que antepusiera su vida familiar a su carrera profesional. Bien es cierto que Schumann solamente componía a buen ritmo cuando estaba con Clara, es cuando era más creativo. De ahí también venía su enfado en las separaciones.
En 1842 se empiezan a manifestar los primeros síntomas que le conducirán a la locura: se encierra en si mismo, se hace más taciturno, pierde el entusiasmo y sólo halla satisfacción en la música. De su mente ya no brota la serenidad, sino el tormento.
Asume la cátedra de piano y composición en el Conservatorio de Leipzig que le ofrece Mendelssohn.
Pasan los años y su sistema nervioso está cada vez más debilitado; ahora incluso se resentía su oído, atormentado ante cualquier rumor, ante cualquier sonido, convertido para él acto seguido, en una obsesión física que le impedía la paz. A pesar de ello y aunque parezca mentira, en esta época compone el Concierto para piano y orquesta que hoy nos ocupa.
La muerte de Mendelssohn en 1847, agudiza sus padecimientos psíquicos que logra superar una vez más. En 1854 se tira al Rhin, río mítico tan amado por los románticos alemanes y es salvado in extremis. Ingresa en un pequeño hospital donde van a visitarle amigos, Brahms entre ellos y Clara, su mujer; y allí permanecerá como un espectro sin conciencia hasta su muerte el 29 de julio de 1856, a los 46 años de edad.
DINU LIPATTI
Dinu Lipatti nació en Bucarest, Rumanía, en 1917. De padre violinista, madre pianista y apadrinado por el músico George Enescu en su pila bautismal, con estas credenciales su futuro estaba escrito. A los siete años inició su aprendizaje musical y a los catorce años obtuvo su diploma con notas brillantes en el Conservatorio de Bucarest.
Estudió con Florica Musicescu a la que siempre permaneció vinculado. En 1933 queda segundo en el Concurso Internacional de piano de Viena. Cortot que estaba en el jurado, se retiró del mismo en señal de desacuerdo por el fallo y le invita a París a estudiar con él. Allí recibió Lipatti clases de piano de Cortot y de Yvonne Lefébure y de Nadia Boulanger a la composición, a la que más tarde definiría como "su guía musical y madre espiritual". Esta simultaneidad de los estudios de piano con los de composición, le aportaban un extraordinario conocimiento de la música, haciéndole un pianista que comprendía las motivaciones creadoras de los demás compositores y le permitían captar en la obra ajena, la sustancia misma de su estructura, en el sentido más amplio de la palabra.
Al comenzar la segunda guerra mundial, regresó a Bucarest y huyó de la Rumanía nazi en 1943 refugiándose con su esposa, también pianista, Madeleine Cantacuzino en Suiza.
En 1944 ocupó una plaza de profesor de piano en el Conservatorio de Ginebra.
En 1946 firmó un contrato de exclusividad con EMI, realizando grabaciones que han quedado entre los mejores documentos sonoros de la historia del disco, según críticos y músicos. Considerado como uno de los pianistas más refinados y fascinantes de la historia del teclado, de no haber muerto tan joven, se dice que hubiera sido el mejor pianista de la historia.
Falleció a los 33 años de edad, el 2 de diciembre de 1950, cerca de Ginebra a causa de una linfogranulomatosis que padecía desde 1943.
CONCIERTO PARA PIANO Y ORQUESTA EN LA MENOR, OP. 54
R. Schumann.
El concierto consta de tres movimientos.
El primero, es un Allegro affettuoso . Pensado inicialmente como una fantasía. Fue terminado en 1841 y como no tuvo mucho éxito ni repercusión, fue abandonado en un cajón. Los dos movimientos restantes fueron elaborados en el curso de los cuatro años siguientes.
El concierto comienza con un fuerte y seco acorde de la orquesta que señala la entrada del piano con unos acordes descendentes. Este comienzo con el piano solista no era nada habitual en la época, que solía aparecer tras la entrada o presentación del tema por la orquesta.
Todo este primer movimiento se basa en un tema único (el bésame mucho actual) del que nacen varias ideas complementarias. La cadencia con la que termina el desarrollo está totalmente concretada, en lugar de presentar el tratamiento improvisatorio que se venía dando hasta entonces a este elemento formal, por lo tanto, está escrita por el compositor desde la primera hasta la última nota.
Segundo movimiento, Intermezzo . Basado en dos elementos, uno de carácter ligero con un diálogo entre solista y orquesta y otro más expresivo, por decirlo de alguna manera, presentado por los violonchelos, en torno al cual, el piano despliega una delicada línea contrapuntística ornamental.
Tercer movimiento, Allegro vivace . El piano expone el tema principal ampliándolo con figuraciones y arabescos. La cuerda expone otro tema que será recogido por el piano alternándose ambos y enriqueciéndose con nuevas ideas a medida que el movimiento avanza.
Pese a no ser uno de mis conciertos favoritos tiene momentos muy bellos y delicados, sobre todo en el primer movimiento.
LA GRABACIÓN
Es una grabación monoaural procesada electrónicamente para su utilización por equipos estereofónicos, está tomada de una interpretación en público que tuvo lugar en el Victoria Hall de Ginebra, el 22 de febrero de 1950 y fue amablemente cedida por la Radio Suisse Romande que la grabó en directo.
Claudio Arrau.
En 1970, al cumplirse el vigésimo aniversario de la muerte de Lipatti, se decidió conmemorar la fecha con el lanzamiento al mercado de la grabación del Concierto de Schumann que Radio Sottehs grabó el 22 de febrero de 1950 en el Vicictoria Hall de Ginebra con la Orquesta de la Suisse Romande, dirigida por su titular Ernest Ansermet.
Lipatti siempre fue gran admirador del Concierto Op. 54 de Schumann, al que consideraba el más bello de todos, tanto musical como formalmente. Lipatti trabajó con el concierto de Schumann durante años, no sólo como pianista, sino como compositor, tratando de calar hasta el último surco de la inspiración del autor.
Es una obra sin tinieblas, traslúcida y positiva en todos sus aspectos. Sólo las naturalezas excepcionales poseen el don de penetrar en el verdadero mundo de Schumann.
La sala estaba abarrotada de un público emocional que se solidarizaba con el trágico destino del intérprete. Lipatti estaba tan débil que apenas pudo subir las escaleras hasta la plataforma, pero cuando se situó ante el piano, se produjo un gran silencio en la sala. Su maestría y clara inteligencia lo dominaron todo. Actuó como inspirado por un poder sobrenatural, sin la menor vacilación o error. Aquel fue sin duda el regalo con el que la vida le compensaba por todos sus esfuerzos por llegar a la perfección. Técnicamente estuvo a la altura de siempre y su ejecución de la obra fue clara, transparente, convincente sin reparos, rozando lo sublime. El maestro Ansermet y la orquesta se compenetraron con él como amigos, rodeándole de calor.
Esta peculiar atmósfera de solidaridad fue captada por la grabación y cualquiera que sepa escuchar con el corazón, además del oído, captará la importancia histórica del disco"
Madeleine Cantacuzene (viuda de Lipatti)
Lipatti había grabado en estudio este concierto en 1948, con Karajan al frente de la Philharmonia Orchestra, teniendo mejor sonido que la grabación que nos ocupa, que dicho sea de paso es bastante mediocre por no decir nefasto, pero sí que es cierto que tiene "un algo" que la grabación de estudio no tiene. La importancia del instante.
Lipatti sabía que podría ser su último concierto y no sólo eso, tal vez la última vez que se sentara al piano, Ansermet era bien consciente de ello al igual que los miembros de la orquesta y el auditorio completo también, incluyendo a su esposa allí presente.
La belleza de las miserias de la enfermedad, la inminencia de la muerte, como agradecimiento y despedida de la vida y también porqué no, como rebeldía ante el infortunio y el desenlace fatal, pueden ser las causas o "ese algo" intangible que ese día quedó grabado para disfrute de todos. O también puede ser mera sugestión del oyente sabiendo las circunstancias en las que se celebró el concierto.
Lipatti daría su último concierto en septiembre de 1950 en Besanzón, en el que por agotamiento no pudo acabar el programa que llevaba anunciado, y también existe grabación de él. Otra joya discográfica histórica.
PlayList de los artículos de Jesús Encinar
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